La cirugía laparoscópica ginecológica, conocida comúnmente como laparoscopia, es una técnica quirúrgica mínimamente invasiva ya que permite intervenir a la paciente sin tener que abrir el abdomen practicando pequeñas incisiones.
Actualmente se está usando en muchas patologías como el cáncer o para la extracción de quistes y miomas. También se realizan con esta técnica la histerectomía, la cirugía de la endometriosis y, de hecho, prácticamente cualquier intervención de cirugía ginecológica se puede realizar utilizando este tipo de abordaje. En todos los casos durante la intervención se aplica anestesia general a la paciente.
Básicamente el procedimiento consiste en inyectar dióxido de carbono para elevar la pared abdominal y así crear un mayor espacio para trabajar. Esto facilita al cirujano la visualización y trabajo con los órganos.
Después se inserta el laparoscopio (un tubo con una pequeña cama de televisión en su extremo) para poder examinar los órganos de la pelvis y el abdomen. Es posible que se necesiten incisiones pequeñas adicionales.
El uso del dióxido de carbono puede hacer sentir dolor en el hombro por algunos días al irritar el diafragma, que comparte algunos de los mismos nervios del hombro. Igualmente, se puede tener un aumento en la necesidad de orinar, ya que el gas puede ejercer presión sobre la vejiga.
Las principales ventajas para las pacientes son que las incisiones de 5 mm no provocan dolor, dejan cicatrices muy pequeñas y generan muchas menos adherencias. La recuperaciones postoperatorias son mucho más rápidas que en el caso de la laparotomía. En muchas intervenciones realizadas con cirugía laparoscópica ginecológica la paciente es dada de alta el mismo día en el que se realiza a intervención